El patio de la costurera
Entrecerraba las puertas del patio cada tarde. Sentada en la mecedora que heredó de su abuela cubría ambos ojos con la sombra de los párpados y ahí se empezaban a tejer sueños de color ámbar. El viento mecía la mecedora y su cuerpo. Los dedos de sus manos trenzaban su delantal. Colgaban hilos de color negro de su falda y en el suelo descansaban retales. Las agujas acomodadas en un sólo carrete de hilo suspiraban un breve descanso. El sol se dejaba entrever y cubría sus piernas en el patio de la costurera.
Héctor Tronchoni