viernes, 11 de septiembre de 2015

HOY ESCRIBÍ EL ÚLTIMO PÁRRAFO




El último párrafo 
envuelto con el tiempo 
atraviesa las dunas, 
la mirada. 

El último párrafo 
escrito con las manos
ara la tierra, 
el cultivo. 

El último párrafo 
libre de sombras 
germina entre nubes, 
la luz. 

El último párrafo 
soñado entre sábana 
pinta de blancos, 
la voz. 

El último párrafo. 

Héctor Tronchoni

viernes, 14 de agosto de 2015

SE ATRAVESARON LOS DÍAS COMO MIRADAS

Se atravesaron los días cuando nadie lo esperaba. Se atravesaron los días en los que el silencio se allanaba. Se atravesaron los días en los que la vida se abrazaba, en los que el sueño se elevaba, en los que la mirada se detenía, en los que el mar se aquietaba. Se atravesaron los días de noches apasionadas: días desnudos de hojas de lavanda. Se atravesaron los días como miradas ligeras. Se atravesaron los días. Se atravesaron... mientras el café se derramaba. Héctor Tronchoni

sábado, 14 de marzo de 2015

CON LA MIRADA FIJA

Con la mirada fija
queda la atención firme
en la amplitud del pecho,
un sorbo de tiempo
que asciende el alma
cubriendo la pupila 
de vida.

Con la mirada fija
se nubla la vista
escuchando el viento
que hacia adentro sopla
las circunstancias.

Con la mirada fija
escribo tu nombre,
un silencioso pensamiento
que recorre la distancia
entre tú y yo.

Con la mirada fija
un secreto se aisla
en la carúncula
para emprender viaje, 
etéreo se aleja, 
se esfuma
con la mirada fija.

Héctor Tronchoni

[Dedicado a Verónica Tronchoni para su pronta recuperación]


miércoles, 4 de marzo de 2015

EL MAR EN UN VASO

Un vaso, 
al frente veo un vaso transparente.

Me acerco,
camino,
lo observo a corta distancia, 
le regalo mis pupilas silenciosas.
Lo envuelvo con mi mirada
circadiana.

Un vaso,
de lado veo un vaso medio vacío.

Doy dos pasos hacia él,
lo alerto con mi dedo índice,
despierta mi sonrisa,
lluviosa,
se eriza mi piel.

Un vaso, 
al frente veo un vaso lleno
de poemas
que arrastran el mar 
hasta la orilla.
La arena guarda el secreto
de conchas y sirenas.
Escucho.

Un vaso, 
en mis manos un vaso cubierto de espuma.

Un sorbo.

Un vaso y el mar.
El mar en mis manos

[Dedicado a Rocío Prado]

Héctor Tronchoni



martes, 3 de marzo de 2015

CUANDO CAE UNA TAZA AL SUELO

Puede que se invoque el silencio,
que las pupilas suben a la azotea,
que el pulso de los ladrones delate su sed,
que el corazón te dé la espalda,
que un grito despierte tus oídos,
que el sueño se quiebre en dos o más,
que se congele el té sin derramarse,
que el testamento tome otro nombre diferente al tuyo,
que truenen tus bolsillos,
que se quede viuda la tetera
y que un muffin salga corriendo
y, además, 
cuando cae una taza al suelo 
puede romperse en pedazos
para volver a ser una taza diferente.

Héctor Tronchoni


CON UN VERSO EN LA ESPALDA


Leo en tus ojos sueños 
e interpreto una historia jamás contada.
Camino en tus ojos veredas 
que transcurren por cerros. 

*

Leo en tus ojos cuentos 
e imagino el futuro tiempo.
Pedaleo en tus ojos 
con un verso en la espalda.

Leo en tus ojos.

Leo en tus ojos cartas 
de remitente desconocido.
Escribo en tus ojos 
la humedad de una lágrima.

*

Leo en tus ojos 
el remedio de la noche blanca.
Veo en tus ojos 
la luz de tu palabra.

Leo en tus ojos.

Leo en tus ojos 
frente a la paz de tu mirada:
el mundo se torna ojo,
ojo es tu alma.


[Dedicado a Olga Cantú]
Héctor Tronchoni


Foto: Olga Cantú

viernes, 27 de febrero de 2015

MENSAJES DE ADENTRO HACIA AFUERA

Trae pintados tus labios para que la noche se sonroje frente a ellos.



El viaje había iniciado mucho antes de tomar aquel tren.


Héctor Tronchoni


sábado, 14 de febrero de 2015

NO HI HAVIA AL MÓN UN ARRÓS AL FORN COM EL QUE TU VAS FER AQUELL DIA

ARRÓS AL FORN

No hi havia al món un arrós al forn com el que tu vas fer aquell dia.
Cuidadosament posaves els ingredients un darrere l’altre.
Tot ho recorde mentre vas tancant de son els ulls.
Han passat mesos, pocs mesos; han passat tantes coses.
De sobte encara em pren aquell olor a forn
i els records s’enlairen entre pensaments distants.
Comprenem la cuina com una tradició nostra,
com un costum de conversa i rialles.

Es pren el foc, de cop, com el so d’un tabal,
i ens convida a asseure front la taula, davant un got de vi.
Jo desitjava, sempre, la teua visita
i despegant el vol, vas arribar a destí,
ara un avió, un altre i després l’autobús.
El nostre viatge és una llarga amistat, de murs de color
i tenim la fortuna d´estimar-se malgrat els núvols,
que es mouen vius i ploren entre versos i cotó.
Què et sembla! No ho digues, t’ho diré.
Sabem de grans, de grans d’arrós, i coneixem la magia.
Els secrets dels nostres avis i avies, la recepta de l’arrós al forn.
Més tard, sobre el sofá entre gats i gossos,
entenem que tu i jo som amics, hem menjat l’arrós complet
i que ens sentim en la gloria,
que estem en anys de collita, i tot això i allò.
No hi havia al món un arrós al forn com el que tu vas fer aquell dia.
És clar que la nostra amistat l’hem parit eterna tu i jo.

Héctor Tronchoni


Adaptació de ELS AMANTS de Vicent Andrés Estellés 

Dedicat a Almudena Sanchis Campos

domingo, 8 de febrero de 2015

NATURALIA O LA HISTORIA D'UN PLAT DE MARGARIDES

Pètals al dente,
corol.la exquisida,
melmelada de margarides,
sabor tradicional de la terra.

Escolte, palpe, olore i taste.
Cultiu blanc, sospir d’abella,
terracota natrural, ferro punxegut,
paisatge harmònic dels elements
explosió liqüescent a l’estómac,
hipodermis de la vida.

Escolte, palpe, olore i taste.
Llit de pol.len consumat,
llavor del vent, cabàs d’afecte,
simbiosi natural i festiva,
cultura del color, teranyina social.

Escolte, palpe, olore i taste.
Al davant la Natura,
al mig els estams i els pistils,
Al darrere la cendra.
Al plat l’escriotura vegetal de la vida.


Escolte, palpe, olore i taste.

Héctor Tronchoni
(En Memorias de mis abrazos: alguien me dijo que les contara y les conté)


viernes, 6 de febrero de 2015

TRENZAS

Doña Magdalena Coyopol está parada frente al comal. Allí termina de calentar las tortillas que empezó a hacer a canto de gallo, aún de noche. Tiene los ojos enrojecidos del humo negro desprendido de aquel centenerio, uno que recuerda, probablemente, el grito de las víctimas. Si le preguntásemos, el silencio golpearía su estómago. Doña Magdalena Coyopol tiene 40 años y es una viejita de poca estatura y de pelo blanco que recoge cada mañana en una trenza de unos 78 centímetros de largo. Doña Magdalena sueña, al mismo tiempo que cocina, en el futuro de su hija.

La señora Julia Tuxtla Coyopol está parada frente a la puerta de la casa familiar. Allí mece la cuna en sus espaldas. Mientras le da el pecho a Yagán Cuautla Tuxtla, el hermano de éste, Yishaq Cuatla cierra sus ojos cubiertos de lagañas. La señora Julia Tutxla Coyopol tiene 26 años y es una mujer chiquita y de pelo color café que recoge cada mañana en una trenza de unos 64 centímetros de largo. La señora Julia sueña, al mismo tiempo que alimenta a sus hijos de leche y descanso, en el futuro de su otra hija.

La señorita Y´shua Prieto Tuxtla está sentada frente a una mesa hecha de tronco de ceiba. Allí hace las tareas que su maestro de secundaria le solicita en el turno vespertino al que acude. La señorita Y´shua tiene 12 años y es una niña de pelo claro que recoge cada mañana en una trenza de unos 50 centímetros de largo. la señorita Y´shua sueña en estudiar psicología en la universidad.

Las tres generaciones de mujeres tienen los pies sobre el suelo de tierra mojada, y sus cabezas bajo el humo que desprende el comal. Las tres generaciones desenredan su trenza cuando los Dioses cuidan de los granos que maduran la ruta del café. Las tres mujeres se llevan 14 años y 14 centímetros de trenza. Ésta es la magia y la fuerza que mantiene a las tres unidas y con sueños.

¡Qué mujeres, qué sigan soñando!

Héctor Tronchoni
(En La casa del olvido: Experiencias vividas en México y otros relatos)


jueves, 29 de enero de 2015

EL LABERINTO DE LOS SENTIDOS

Aquella tarde de invierno salió a jugar. Caminó de puntillas sobre las piedras blancas para verse en pocos segundos enfrente de las puertas de madera que le permitieron ver el Jardín de las Flores, pero antes de pasar a saludar a cada uno de sus amigos se sentó unos minutos para observar, como cada tarde, el Árbol de los Longos, cuyo tronco cubierto de corteza suave y tan alto como la primera estrella de la noche era tan grueso como la panza de un pez globo.

Tenía los ojos cafés y el cabello castaño como un plato de cerezas cubiertas de chocolate. Sus pasos hacían crujir las hojas caídas de las plantas y marcaban el despertar de trasgos y hadas. Camila tenía por aquel entonces nueve años y sabía que en aquel lugar encontraría lo que siempre buscaba. Con su vestido a rayas de colores y su suave sonrisa se quedó dormida por unos minutos, respiraba el olor de los aretes, la fragancia de las margaritas rosadas y se dejó llevar por el revoloteo de tres colibríes que aparecieron en su sueño. 

Camila respiraba profundamente, se sentía cómoda y tranquila en aquel lugar. Así es como empezó a caminar por el Sendero de los Pétalos. A través de sus pasos sentía el viento soplar en sus cara y sus brazos, se quitó su gorrito tejido a mano de color blanco para llevarlo entre sus manos y poder así recoger los pétalos de colores que encontraba en su camino. Se paró un instante para ver las flores de una jacaranda pequeña y recogió algunas de sus flores violetas que el viento había olvidado; siguió caminando unos pasos más para volverse a su izquierda y ver por primera vez los tulipanes de aquel jardín, y quiso llevarse uno de ellos que encontró caído sobre una semilla de bellota. Las ardillas vivían allí. Lo dejó dentro de su gorrito y se levantó para ver que al frente le esperaba un campo de girasoles tristes por la ausencia de su amigo el Sol. Camila sorprendida salió corriendo a esconderse entre todas las flores amarillas y pensó que el día gris de invierno se había convertido en el día más asoleado de su vida, seguramente lo sería. Tras correr y correr cada vez más rápido empezó a sentir pequeños besos sobre su vestido y su piel: una lluvia de semillas la esperaba durante el tiempo que tardó en cruzar el campo de girasoles. Nunca Camila dejó de sonreír. Tras un instante de descanso siguió caminando y descubrió a su derecha un corazón dibujado con plantas aromáticas: romero, tomillo, albahaca, hierbabuena, orégano y en el centro un árbol de laurel. Camila y este árbol eran de la misma altura así que pudo ver el nido de los colibríes tras los que seguía caminando. 

Al volver la vista hacia el sendero sus ojos la llevaron hasta el campo de los árboles frutales y los gusanos de seda. Los manzanos, los perales, los naranjos y los cerezos eran los más abundantes, pero tras caminar bajo la sombra que proyectaba cada uno de ellos sobre su cuerpo encontró el árbol de los gusanos de seda: la morera más bella que jamás había visto. Entre sus ramas pudo ver las moras, unas más verdes que otras; entre sus hojas, los gusanos columpiando sus cuerpos. 

Camila no quiso dejar de sorprenderse de aquel espectáculo natural. 

La gotas de lluvia hacían malabares debatiéndose entre el riesgo de caer al suelo y convertirse en el abrigo de las raíces o descansar sobre la frente de Camila y llegar hasta sus labios. Siguió caminando con los cinco sentidos abiertos a tres cientos sesenta grados ahora entre cafetales de cuyas orejas colgaban brillantes esferas rojizas. Con el aroma del eje cafetero Camila recordaba las manos de su abuela Chonga y las plumas que adornaban su cabeza desde que amanecía hasta que cerraba sus ojos mientras calentaba sus manos sosteniendo una taza de café de las montañas.

Algunos cambios se acercaban. Atrás campos, árboles, plantas y colores. Al frente sus tres amigos de viaje, los colibríes, y el Río de la Primera Mentira. Se quedó parada dos metros antes de alcanzar la orilla y observó las dimensiones del río, grande como un elefante blanco. Cruzarlo no sería fácil, pero nunca perdió la esperanza. Su ilusión sería el vuelo que la llevaría al otro lado. Camila avanzó con pasos pequeños hasta casi empaparse los dedos de los pies por la corriente fuerte que arrastraba a los peces más pequeños. Fue entonces cuando los colibríes abrieron sus alas para posarse uno, en su hombro izquierdo; otro, en su hombro derecho y el tercero, sobre su cabeza. Longue, curioso, quiso preguntarle el nombre de sus papás, Emilia y Eliseo- contestó. Longui, inquieta, quiso saber el nombre de su hermano, Matías- respondió. Finalmente, Longu, nervioso, le dijo: Camila, ¿cuál fue tu último sueño? A lo que le respondió: - mi sueño, mi último sueño… ¡soñé en mi próxima fiesta de cumpleaños!-. Camila no quiso desvelar lo que estaba viviendo y tuvo que mentir. Fue su primera mentira. Así fue como sintiendo de nuevo los pellizcos que producían las seis patitas sobre su piel empezó a reír y su cuerpo empezó a moverse tan rápido que los pájaros fueron perdiendo sus plumas poco a poco. Sus tres amigos iniciaron camino de regreso a su nido, Camila se quedó boquiabierta y cubierta de plumas de colores: también los pétalos que llevaba en su gorrito se escondieron entre sus alas. Tras unos segundos de mirar al cielo, levantó sus dos alas que la llevarían a un país que cada vez se encontraba más cerca, el País de los Longos. Cruzó el río tan rápido como siempre había volado en sus sueños. 

Camila tenía ahora la cabeza chica y violeta como las jacarandas, algunas de las plumas de sus alas anaranjadas como los tulipanes y su espalda amarilla como los girasoles. Se había convertido en un colibrí, le gustaba posarse sobre las flores y los frutos para picotear el azúcar de las plantas y de los árboles y adoptó el nombre de Camilonga. Volvió a mirar atrás para ver a Longue, a Longu y a Longui que se alejaban lentamente sonriendo entre plumas que soplaba el viento. Los abrazó con la mirada. 

Camila descansó sobre los pétalos de un joven lirio azul y retomó la dirección del sendero y las piedras blancas y continuó su camino hacia el País de los Longos del cual ya había conocido a tres habitantes. A partir de ahora Camilonga dormía profundamente, soñaba más que nunca. Sonreía también. Le quedaba mucha distancia por recorrer hasta llegar al País de los Longos, y poco tiempo para descubrirlo cuando recordó a su abuelo Chongo tumbado sobre su cama leyendo una historia para dormir sobre los picaflores, como llaman a los colibríes, quienes pueden mover sus alas más de cien veces por segundo. El País de los Longos estaba muy cerca. 

Tan cerca que cuando dejó de agitar sus alas y abrió sus ojos, Camilonga descubrió el verdadero País de los Longos. Sentada sobre una de las raíces vivas de un milenario cerezo con su vestido a rayas de colores y su gorrito blanco sobre su cabeza, empezó la fiesta que la esperaba desde que entró por última vez en el Jardín de las Flores. Camilonga empezó a sentir en su cuerpo la música que traían entre sus alas decenas de colibríes de todos los colores. Manteniendo su respiración tranquila levantó la redonda barbilla, abrió sus dos ojos color chocolate tanto como pudo y se dejó cubrir por una suave lluvia de pétalos blancos y rosados del Árbol de los Longos. La primera invitación a todos los longos del país, llamados así por su alargado pico, chongos y chongas, papilongos y papilongas, babylongos, todos emprendieron vuelos hacia el árbol donde celebraban sus rituales cada vez que un niño se sentaba frente a las puertas del Jardín de las Flores y decidía finalmente adentrarse en él: el laberinto de los sentidos. Tras unos segundos se sumaron a la banda musical centenares de longos que llegaban sonrientes y dibujaban en el aire rutas de colores entre las estrellas esféricas con sabor a cereza. Camilonga estaba preparada para sentir sobre su cuerpo la textura de miles de pétalos, es más, la sonrisa de los habitantes del País de los Longos que la empujaron aquel día a cumplir su sueño de volar.

Héctor Tronchoni

martes, 20 de enero de 2015

UNA MÍNIMA HISTORIA

Empieza a llover.

Apenas unas gotas de lluvia
dibujan corazones sobre el asfalto.
Sientes el escalofrío
que trae el viento
sobre tu cuello.
Encoges tus hombros
y escuchas el timbre
de la casa de un amigo.

Una voz te invita a pasar.

Frente a ti, una fachada vieja,
quebrada;
tras ella, el Sabio Olvido.

¡Adelante!

Héctor Tronchoni
En "La casa del olvido"

lunes, 19 de enero de 2015

SE VE UNA LUZ PRENDIDA

Posiblemente duerme 
y acaricia en sus manos 
el calor de su pecho;
entre sus dedos, 
una trenza de secretos 
que teje sin luna.

Posiblemente sueña y 
escribe durante el día
la juventud de la noche;
en la madurez de la noche
susurra versos a la vida.

Se ve una luz prendida.

Posiblemente esté cosiendo
retales de recuerdos 
y entre ellos un olvido:
un recuerdo fuera del tiempo.

Se ve una luz prendida:
mamá tiene brillo en los ojos.


Héctor Tronchoni

¡ADELANTE, PÁSELE A LO BARRIDO!


Éste es el inicio de un vuelo inimaginable, allá en donde las miradas, la tuya y la mía, ni se imaginan que salen al encuentro. Un lugar cítrico que invita a comunicarse, a quedarse sin palabras y sentir que la transformación no es sólo cuestión de mariposas. 

¡Hagamos del silencio azúcar! 

Héctor Tronchoni


Foto: 2° Encuentro de Buenas Prácticas Docentes UPAEP 2015