Puede que se invoque el silencio,
que las pupilas suben a la azotea,
que el pulso de los ladrones delate su sed,
que el corazón te dé la espalda,
que un grito despierte tus oídos,
que el sueño se quiebre en dos o más,
que se congele el té sin derramarse,
que el testamento tome otro nombre diferente al tuyo,
que truenen tus bolsillos,
que se quede viuda la tetera
y que un muffin salga corriendo
y, además,
cuando cae una taza al suelo
puede romperse en pedazos
para volver a ser una taza diferente.
Héctor Tronchoni